Atitide se aleja de ambos, como si fuera a abandonar la escena, pero no lo hace. Mientras camina, Arabesque se despide de su amigo, dirigiéndose a él como si estuviera cada vez más lejos, hasta que lo pierde de vista. Pero permanece en la escena todo el tiempo, quizás menos iluminado, en otro plano, y siempre caminando –la mímica del caminar, con una fatiga creciente–.
ARABESQUE –Buena suerte, Atitide...
VENDEDORA –¡Que te lleve el diablo!
ARABESCA –¡Así que no sólo ha leído a Cervantes, sino también a Dante!
VENDEDORA –No, no lo he leído, he dicho que no lo he leído. Mi marido sí lo leía.
ARABESQUE –Ay sí, es verdad. Pero es lo mismo. Y dime, ¿entre los dos, qué prefieres?
VENDEDORA –Todo esto me parece muy triste.
ARABESQUE –Yo lo veo todo muy bonito. ¿Y qué más has leído?
VENDEDORA –Prospecto de medicamentos, manuales de instrucciones, señales de tráfico. ¿No te dije que mi marido era el que leía?
ARABESQUE – Ay sí, es verdad. Pero es lo mismo. ¿Y su marido?
VENDEDORA –Leía.
ARABESQUE –Sí, lo sé. ¿Pero qué ha sido de él? ¿Ha... muerto?
VENDEDORA –Quiera Dios que esté muerto y esperando a su amigo en el infierno.
ARABESQUE –¿En el infierno?
VENDEDORA –En el noveno círculo, que es donde se quedan los traidores.
ARABESQUE –Pero entonces no sabes si ha muerto.
VENDEDORA –Salió a comprar cigarrillos en un reino muy lejano más cerca de aquí.
ARABESQUE –¿Pero no venden cigarrillos allí?
VENDEDORA –Dijo que no tenía su marca.
ARABESQUE –Ah... Quizá vuelva, ¿no? Un día...
VENDEDORA –Será mejor que se mantenga alejado.
ARABESQUE –Lo sé...
VENDEDORA –Probablemente él también lo sepa.
ARABESQUE –Ya veo... ¿No lo echas de menos?
VENDEDORA –¿De esta rastrero?
ARABESCO –SÍ... de tu marido...
VENDEDORA –Echo de menos la época en que no había carreteras nuevas, cuando la gente pasaba por aquí. Y compraban.
ARABESQUE –A mí también me pasa lo mismo. Quiero decir, echo de menos el circo.
VENDEDORA –¿Realmente eras de un circo?
ARABESQUE –Oh, sí. Un gran circo.
VENDEDORA –Viéndote a ti es muy, muy difícil de creer que hayas trabajado en un gran circo.
ARABESQUE –No me malinterprete, señora, pero viéndola a usted y a su establecimiento, tampoco es fácil creer que alguna vez fue grande cuando la carretera traía mucha gente. De hecho, mirando la carretera, es incluso difícil de creer que haya traído gente.
VENDEDORA –Así es. Así es. Pero tengo mi venta y el cartel allí como prueba. ¿Y tú? ¿Qué demuestra su glorioso pasado?
Arabesque hace un acto de magia, haciendo desaparecer un pañuelo y luego reaparecer.
ARABESQUE –Miren, señoras y señores... Bueno en el caso sólo la señora, me da igual... Cómo hago desaparecer este pañuelo rojo entre mis dedos, ¡y luego aparecer de nuevo!
Cuando termina, la vendedora hace el mismo número, aunque lo hace con desprecio.
VENDEDORA –Miren, señoras y señores... Bueno en el caso sólo el señor, me da igual... Cómo hago que este trapo desaparezca entre mis dedos y luego aparezca de nuevo, haciendo que tu truco se vaya al infierno.
ARABESQUE –Bueno, pero señora... Eres realmente sorprendente.
VENDEDORA –¿Con este truco barato quieres demostrarme que formaste parte de un gran circo?
ARABESQUE –No realmente... El acto es bueno. Y tú también eres genial, ¿eh? Es decir, te falta cierto ímpetu, pero sí que lo haces muy bien...
VENDEDORA –¿Y qué pasó con el circo?
ARABESQUE –No sé...
VENDEDORA –Ah, bueno. Tú, desaliñado y torpe, con tu pequeño truco, quieres convencerme de que, junto con tu maleducado amigo, formabas parte de un circo, pero ni siquiera sabes lo que pasó.
ARABESQUE –¡No! Quiero decir, sí que lo sé...
VENDEDORA –¿Lo sabe o no lo sabe?
ARABESQUE –Lo sé, es difícil de entender... ¿Sabe, por ejemplo, qué le ha pasado a esta carretera para que ya nadie quiera circular por ella y no tenga clientes?
VENDEDORA –¡Perfectamente! Construyeron nuevas carreteras. Desde que lo hicieron, ya no pasa nadie por aquí.
ARABESQUE –Sí, lo sé. Con el circo, lo mismo. Surgieron cosas nuevas, la gente ya no iba al circo. Empezaron a preferir otras cosas. Entonces, el circo estaba desapareciendo... Entonces, llegó un momento en que Respetable, que era el dueño, dijo que no podía seguir haciéndolo. Y entonces, cada uno se fue por su lado y luego...
VENDEDORA –Después, lo sé. Te convertiste en esta miserable criatura y viniste a mendigar a mi puerta.
ARABESQUE –Así es. Pero no lo entiendo.
VENDEDORA –¡¿Pero es posible?! ¿Qué es lo que no entiendes? Nos hemos quedado obsoletos, ya no interesamos, ya nadie nos quiere. ¿Qué parte no entiendes?
ARABESQUE –Eso, quiero decir. Muy bien, han construido nuevas carreteras. Pero, ¿y qué?
VENDEDORA –¿Qué quieres decir con eso?
ARABESQUE –¿Y qué? Esta carretera no ha dejado de existir, ¿verdad?
VENDEDORA –No... No.
ARABESQUE –Pasé por la nueva carretera, ¿sabes? ¡Fue un infierno!
VENDEDORA –Lo sé, he estado allí para mirar.
ARABESQUE –Sí, es un infierno. Un montón de coches que pasan a tal velocidad que apenas se ven.
VENDEDORA –Tal vez por eso lo prefieren allí. Porque corren. No se detienen.
ARABESQUE –Lo cual es genial. Cuando tienes prisa. Pero cuando no hay prisa...
VENDEDORA –Siempre tienen prisa.
ARABESQUE –Lo sé. Pero ahí es donde no entiendo: por qué tienen prisa todo el tiempo. Quiero decir: a veces es normal tener prisa. No es normal tener prisa todo el tiempo, incluso cuando no hay razón para tenerla. ¿Lo entiendes?
VENDEDORA –Entiendo... Creo que entiendo...
ARABESQUE –¿Sería tan amable de explicarlo?
VENDEDORA –No, lo que digo es que entiendo lo que has dicho.
ARABESQUE –¡Ah! (riéndose) ¡Entendí! Te pregunté si habías entendido y me respondiste que sí, así que pensé que habías entendido lo que yo no entiendo, pero sólo entendiste lo que yo dije, ¡y tampoco entendiste lo que yo no entiendo!
(Fragmento de O grande circo ínfimo)