Cuarta carta (Fiesta)
El actor toma una baraja de cartas y lee algunas de ellas. Elige una de ellas, comienza a leer y a dar vida a la carta. Mientras habla, el actor prepara la escena (confeti, serpentinas, etc.)
Entonces, el cuerpo de hombre vino hacia mí. No lo sé. Yo no sé bailar samba. He dicho. Pero él, sin contención en su gesto, me pide permiso, con una sonrisa encendida. No lo sabía, pero decir que sí es como despertarse sin despertador: un reloj natural, dicen. Carnaval en la empresa, Yo, Satán, era el repartidor recién contratado, becario de oficina, el que hace todo, pero estaba contento con la vida, porque era mi primer carnaval en la empresa. No lo sabía, Satán, pero los ojos de los demás no sólo te ven, sino que te hacen ver. Él, todos los días, me pasaba el maletín, las facturas, las cartas, me decía lo que tenía que hacer. Era el tipo que me decía, todos los días, lo que tenía que hacer. Asistente del jefe, él era mi jefe, y siempre tenía una sonrisa en la cara mientras me decía la dirección, dónde ir, con quién hablar: qué hacer. Era diferente a los demás, negro como yo, no se confundía en el paisaje de la empresa. Era guapo, fuerte, y todas las chicas le susurraban cosas mientras le miraban, sonriendo al otro lado de la mesa, todos los días. Pero ese día era de fiesta, casi de noche, carnaval, y entonces vino bailando una samba, y muy cerca de mí oí su voz, ronca de tanto festejo: “Sé que te gusta, que tienes ganas, y yo también las tengo”, y ni siquiera sabía que quería tanto, y tanto que él incluso podía adivinar. “Y nadie tiene que saberlo. Todo el mundo aquí quiere cuidar la vida de los demás, pero son nuestras vidas, la mía y la tuya, y ya sabemos lo que hacemos.” Pero yo no sabía que todo eso ya lo sabía, y que eso era la vida, y que ya era mía... y suya. Y él se fue, como si ya supiera que debía seguirle. Y yo fui, y el pasillo me llevó al baño de atrás. La puerta abierta, la fiesta allá afuera, brecha, no lo sabía, pero lo deseaba, y me tiró hacia dentro, el beso que no conocía, del hombre otro, se clavó en mi boca, su lengua empalmando la mía. “Te voy a follar y te va a gustar, porque sabes que quieres”, y yo dije que sí, aunque no sabía que decir que sí también podía ser como despertarse tarde, con susto, porque no has oído el despertador. Y luego, la cabeza contra la pila, el grifo abierto, el agua sobre la cabeza ardiente, la fiesta allá afuera. A la vuelta, la fiesta de todos, y todos parecían adivinar nuestra fiesta privada. Y él, hombre guapo, el más guapo de todos, bailando y riendo, soldado que vuelve de la guerra, vivo, otro. Y después de la fiesta, en su casa, el carnaval parecía no tener fin. Tenía miedo, pero no sabía que el miedo no es lo mismo que la cobardía. Y entonces, antes de irme, me pidió que hiciera con él lo mismo que había hecho conmigo, yo, el fiel aprendiz. Él, un hombre fuerte, se hizo aún más hombre y más fuerte, yo entre sus piernas, él tomándome lección por lección. De camino a casa, en el autobús, miré a mi alrededor, y fue como si todos conocieran mi secreto, como si su olor, tan fuerte en mí, me denunciara. El día parecía interminable, la noche llena de espera... A la mañana siguiente: acabo de llegar a la empresa. Llego tarde. Voy directamente a su mesa, pero no está allí. Nadie me mira, como si el efecto fuera ahora el contrario. Me llaman. Voy a la otra sala. Ya no me necesitan, dicen. Me voy. No sé exactamente qué hacer. Desde la acera veo el bar de enfrente. Veo que está allí, tomando un café. Me animo y me dirijo hacia él, que debe estar preguntándose qué hacer, pues ya no le necesitan a él igualmente. Me animaré, después de aquella noche en la que esperé a tener noticias suyas.
Primer manifiesto
Micrófono. Como alguien que entona un manifiesto, al fuerte sonido del ritmo.
El amor es siempre una intención que busca una acción. El resultado de la esclavitud fue la reducción del hombre negro a un reproductor, a un objeto, nunca a un amante recíproco. En la intimidad entre la casa grande y la senzala, la violencia era la mediación. La mujer que amaba podía ser vendida en cualquier momento; su hijo podía ser vendido o intercambiado como cualquier otra mercancía. Si amar es una práctica que se aprende, ¿cuál es esa historia del amor que se ha aprendido a practicar, cuando la intimidad ha sido siempre el campo de la violencia?
Cuarta carta (Madre)
Los dos muchachos están jugando en la habitación. Él acomoda los muñecos como si estuviera creando su propio universo, esperando que el otro se acerque lentamente y pida entrar, para jugar también. Pero el otro observa. Un poco mayor, no ve tanta realidad en los muñecos. Él parece más interesado en la realidad que en el juguete. Pero el que juega, de vez en cuando lanza una mirada como para captar algo en la actitud del otro. Juego. Se pone de espaldas, boca abajo, en la cama, para manipular los muñecos sin perder de vista lo que ocurre a su alrededor. El otro se acerca. Coge uno de los muñecos y finge estar interesado en el combate propuesto. Se agacha a su lado. Lo suficientemente cerca como para que sus respiraciones se confundan. Muchachos.
El actor interpreta el diálogo mirando al público, frontalmente, oscilando la voz y la mirada, como si “el que habla” se relacionara siempre con el otro que tiene enfrente.
Serginho, ¿me dejas follarte?
¿Qué?
Deja que te folle.
¿Qué quieres decir?
Ay, que va a ser muy rico, te prometo que no te haré daño.
¿Pero debo creer en ti?
¿No confías en mí?
¿Yo?
Será tu primera vez, ¿no?
¿Cómo se hace?
Es sólo un juego. Sujétamela.
No quiero jugar. Quiero hacerlo de verdad.
Entonces ven.
No.
Venga, mariconcito. Sujétamela y te follaré rico.
No.
Nadie lo sabrá.
Pero, ¿por qué no?
Mejor no.
¿Eso crees?
Venga, va. Quiero follarte muy rico.
¿Sin decírselo a nadie?
Nadie. Pero si no me dejas, les diré a todos en la escuela que eres un marica.
¿Sí? Pues vete. Vete ya.
Sólo un poco, venga.
Vete ya. Mamá... ¡Ahora! Mamá... No entiendes nada.
Y él se fue. Y el chico se quedó allí durante mucho tiempo, esperando noticias suyas.
Segundo manifiesto
Micrófono. Como alguien que entona un manifiesto, al fuerte sonido del ritmo.
El amor, pues, nunca es una solución individual. Nuestras dificultades, nuestras expectativas, nuestras prácticas son colectivas. Acto de sometimiento siempre, el uso del cuerpo negro tiene formas definidas de afectividad: o bien la sumisión, como si fuera una cosa, teniendo en el placer del otro la recompensa por su vida; o bien la venganza varonil y resentida de ser un objeto codiciado, teniendo lo que el señor no tenía, aunque desechable para su uso provisional. Resistir a eso, amando al otro, impone una forma de compromiso, de lucha. Mi palabra, mi gesto: mi amor es a guerrear.
(Fragmento de Cartas a Madame Satán)