FRAGMENTO 3
Las cortinas se abren. Un foco de luz blanca, procedente de un reflector colgado en la vara del proscenio, se refleja en el ciclorama blanco. Parte de la luz se escapa, reflejándose de forma difusa en una gran escalera blanca con tres escalones huecos, situada justo debajo del foco. No hay nadie en el foco.
Voz en off. Apaga las luces, por favor. Black out. Gracias. En la oscuridad, es mejor así. Sin contacto. Sin contornos. Sólo la imagen de mi voz ronca y mi acento de Ceará. Me llamo Ela. Bueno... Me gusta ir a sitios en los que nunca he estado, conocer a desconocidos, hablar con desconocidos sobre cualquier tema: ¡política, cine, religión, fútbol, psicoanálisis, medicina! Como en el caso de esa chica, quizá han oído hablar de ella, la hija del relojero, dotada de una perfección intrigante y una exuberancia indescriptible. Aunque podría hablar de su mirada con este brillo en los ojos, ¿¡sabes!? Un pelo impecable y una voz de una suavidad penetrante. Podría hablar de muchos otros atributos, pero estos fueron suficientes para ejercer sobre los hombres de su ciudad un encanto que incluso llevó a algunos a la locura.
Lo que mucha gente no sabía era que ella, la hija del relojero, había nacido muñeca. Quizá por eso tenía unos accesorios tan precisos y unos engranajes tan biológicamente eficientes. El agua, la carne y la sangre que bombeaba por su cuerpo eran metáforas. Esta con-fusión encantaba a la gente, sí, pero no puedo decir que no haya asustado también. Y me hace preguntarme si todo esto es cierto o qué es cierto de todo esto. ¿O acaso importa que todo sea cierto?
Bueno... pero antes de nada, tengo que deciros, ya que ahora nos estamos conociendo un poco mejor, que, a lo largo de mi vida, he perdido un poco la paciencia. Digo que pierdo la paciencia porque a menudo no tengo la oportunidad de hablar primero, o incluso de hablar, porque él siempre llega antes que yo. Y, por lo general, llega gritando y gruñendo extrañamente como un rinoceronte. Le resulta difícil hablar en voz baja o tranquilamente.
Él sólo llega provocando sentimientos extremos: miedo, sorpresa, dolor, parálisis, incomodidad, lástima, repulsión, asombro, pavor. Sigo pensando en cómo hacer que se calle, por un momento, o al menos pedirle que hable más bajo, porque yo también quiero hablar.
Me gustaría que los encuentros, los intercambios, los acercamientos fueran más sencillos e informales. Pero me doy cuenta de que cualquier movimiento fuera de la línea se convierte en tabú. ¡O escena! Percibo que se convierte en tabú y me aseguro de que se convierta en una escena, incluso cuando yo –quiero decir, Ela– se calla o se queda luego de Él. ¡Es una mierda!
FRAGMENTO 11
Música: “Concierto de Aranjuez: Adagio”, de Miles Davis.
Luz cenital sobre una escultura fragmentada del cuerpo de Ela, que aparece colgada en la parte superior, más hacia el fondo y a la derecha del escenario, entre la escalera y la mesa.
Foco frontal redondo de luz ámbar. Ela está en posición de esfinge, tumbada de lado, apoyada en el antebrazo derecho y con la mano izquierda en el suelo, delante del vientre. Todos los movimientos que Ella hace son muy lentos. Abre y cierra los ojos. Mira a los lados. Mira hacia arriba. Mira hacia abajo, inclinando su cuerpo hacia delante hasta casi tocar el suelo con la punta de la nariz. Mueve la pierna izquierda por delante del cuerpo, de forma que el pie casi toque la mano. Con el apoyo del pie izquierdo y las dos manos, levanta las nalgas lo más alto que puede, con el lado izquierdo del cuerpo mirando al público. Deja las dos manos muy cerca y los dos pies juntos para acurrucarse en las rodillas y sentarse sobre los pies. Posición fetal, excepto la cabeza, que mira hacia delante. Los codos están cerca del muslo y las palmas de las manos cerca de la rodilla. El cuerpo de Ela forma una imagen compacta. Se desprende en un apalancamiento y continúa con el movimiento lento hasta quedar en posición de gateo. Antes de detenerse en esta posición, toma otra palanca. Vuelva a hacer palanca, para volver a la posición compacta. Repite este lento movimiento de palanca tres veces.
En la tercera vez, mientras Ela se sienta sobre sus pies para encajar su cuerpo en una posición compacta, va girando la cabeza y mirando a todo el público, hasta que mira al último espectador, que está en su extremo izquierdo. Se gira para ponerse frente al público. Desciende los tres escalones de la escalera arrastrándose con la mirada puesta en una persona del público. Cuando toca el suelo del escenario, se levanta y camina hacia el centro más rápido. Bosteza. Levanta el brazo derecho a un lado del cuerpo y, cuando alcanza un ángulo de 90 grados, se detiene rígidamente.
Fue en el psicoanálisis donde descubrí cómo me refería a mi cuerpo: Él. (Cada vez que ella pronuncia Él, la partitura corporal de señalar su propio cuerpo varía en calidades de movimientos fluidos y stacattos, ya registrados previamente por Ela en el espectáculo, formando una partitura coreográfica específica de movimientos codificados.) Y ella me preguntaba: ¿él quien? Y yo señalaba mi cuerpo y decía: ¡Él! ¿Cómo podía pensar que esto era mío, si lo llamaba Él?
¿Y qué sería un cuerpo para mí? Muchas cosas. O sólo un pastel de carne, tal vez.
Después del nacimiento de Él, la historia cambia de rumbo y no sigue tranquila. Hubo mucha violencia. Violencia en la cirugía. Violencia en el diagnóstico erróneo. Violencia en la incredulidad. Violencia en el silencio, es decir, negligencia, cuando lo vieron a Él. Abandono. No había nadie que, en lo más mínimo, creyera que aquí (se señala a sí misma con ambas manos) podía haber una historia banal y corriente, por delante, como cualquier otra. Hubo muchos errores médicos graves. Aplicado no sólo a Él, sino también diagnosticado y aplicado a mi madre. Pido permiso, a cada uno de vosotros, para compartir una carta escrita por ella en 1993.
Se dirige a la mesa y mueve la bolsa azul hacia el lado derecho. Se dirige a los bastidores y coge un vaso blanco con agua, para cualquier emergencia que pueda tener durante la escena. Se sienta en la mesa. Coge tres páginas de un documento mecanografiado por Vera, que estaba escondido dentro de la mesa, y lo lee secamente, en un intento de no mostrar ninguna emoción, aunque no lo ha conseguido en ninguna presentación hasta el lanzamiento de este libro.
(Fragmento de E.L.A.)