Silencio.
Inácio –Padre…
Zé Basílio –Descubrieron de qué murieron los bueyes.
Inácio –¿Y de qué murieron los bueyes?
Zé Basílio –Había mercurio en el agua.
Inácio –Había diamante en el agua.
Zé Basílio –Y mercurio también.
Inácio –¿Qué está tratando de decir?
Zé Basílio –Nada, Inácio, nada.
Silencio.
Zé Basílio –¿Dónde está tu madre?
Inácio –Muerta.
Zé Basílio –¿Quién te dio la noticia?
Inácio –El Señor Raimundo, mientras me mostraba una mala hierba.
Zé Basílio –Las malas hierbas no mueren, crecen por el barrio, se esparcen. Es una plaga.
Silencio.
Zé Basílio –¿El buey sigue allá fuera?
Inácio –No se mueve. Te está esperando.
Zé Basílio –¿Quieres decir algo?
Inácio –No. No soporto más tu presencia.
Zé Basílio –¿Preguntaste por el tema de los ojos?
Inácio –¿A quién?
Zé Basílio –Al buey. El único que queda. ¿Preguntó por el tema de los ojos?
Inácio –¿Qué quieres saber?
Zé Basílio –Porque murieron con los ojos abiertos.
Inácio –Ya están cerrados ahora.
Zé Basílio –Desde que tu madre murió.
Inácio –Desde que murió mi madre.
Silencio.
Zé Basílio –Apestas.
Inácio –Reunimos todos los cuerpos. Nos llevó todo el día.
Zé Basílio –¿No hay nada más por allá fuera?
Inácio –Sólo un buey.
Zé Basílio –¿Qué quiere?
Inácio –No lo sé. Dice que quiere que lo maten.
Zé Basílio –¿Por mí?
Inácio –Por la madre.
Zé Basílio –Tu madre está rezando.
Inácio –La madre está muerta, padre.
Zé Basílio –¿Qué hemos hecho, Inácio? ¿Qué hemos hecho?
Inácio –Tiramos mercurio al río y matamos a cientos de... de...
Zé Basílio –Bueyes... Di bueyes.
Inácio –Matamos cientos de bueyes que quedaron esparcidos por el corral hasta que se supo de qué habían muerto. Mi madre murió del mismo veneno. Esto hizo que sus ojos no se cerraran de ninguna manera y se enterrara con los ojos abiertos, girados hacia esta casa.
Zé Basílio –¿Eso es cierto?
Inácio –No sé... No sé, padre... Yo no sé...
Zé Basílio –La mentira es una mala hierba que una vez plantada no deja de crecer.
Inácio –Ya lo has dicho.
Zé Basílio –¿Y es verdad?
Inácio –Necesitas descansar.
Inácio se dirige a su padre y trata de acompañarlo fuera de la escena.
Zé Basílio –Tu madre no volvió a mirarme a la cara. Vivió seis días, rumiando en la cama hasta que murió sin mirarme.
Inácio –No estaba bien. Estaba embarazada de un bebé muerto.
Zé Basílio –¿Y el buey que está en la puerta, hijo?
Inácio –No hay bueyes, padre. Nunca hubo bueyes en esta granja.
Zé Basílio –¿Y de qué hablamos entonces?
Inácio –Nada, padre. Nada.
El escenario se vacía, la luz se desvanece en resistencia. Hasta el apagón final.
(Fragmento de Ensaio sobre a verdade –Ensayo sobre la verdad–)