0.
Penumbra, bosque inmemorial, la voz de un cuerpo que no se ve.
Actriz: Imagina. Todavía es noche y está oscuro. Un bosque ancestral. Una parte está inundada, lo que es muy común en esta época del año. El agua es un espejo.
Alguien pregunta: ¿a quién ves cuando ves tu cara?
(Pero no sabes de dónde viene esta voz).
Magníficos árboles en magnífica conversación con el cielo, la tierra y el agua. El sonido que ello hace dentro de nosotros. Podríamos vivir eternamente en este lugar sin código postal, inmemorial. Aquí tenemos pensamientos libres y epifanías sin código postal.
(No acepte jamás una epifanía que llegue presentando el código postal o el número de identificación: es falsa, que lo sepas).
Suena su canción favorita.
No.
No.
Mejor no.
Todavía no está lista.
Su canción favorita aún no suena, sólo escuchamos el sonido del bosque.
¿De acuerdo?
Pues, entonces, ella comienza su relato.
El sonido del bosque.
1.
La luz se abre poco a poco y revela un entorno urbano, el espacio donde A. ora escribe, ora narra, ora graba, ora vive, ora siente el relato de su propio e intransferible viaje.
Me gusta pensar que estoy aquí sólo como testigo.
No importa mi nombre, mi código postal o el hecho de que no sea fiel a ninguna marca de jabón o chicle, al contrario, me gusta sentirme completamente promiscua con los hábitos y los hombres.
Lo que importa es que pronto dejaré de ser una persona. Ni siquiera un personaje de mi propio relato.
El lugar desde el que escribo está al lado de una ventana.
A veces me olvido de abrirla y entonces una especie de malestar, algo asfixiante contamina las palabras que empiezan a jadear, o mejor dicho, se pasan unas por encima de las otras, se atropellan, se fatigan como si también se asfixiaran.
Ella también jadea, sofocada, hasta que se calma.
Entonces recuerdo que tengo que abrir la ventana, aunque sea la más pequeña rendija.
Lo hago.
Siempre, inmediatamente, antes de que cualquier nueva molécula de oxígeno tenga tiempo de entrar, me siento en paz.
Lo entendí con el tiempo.
Esto me recuerda que las palabras, como nosotros y como los peces y como las rocas y como los pájaros y como las montañas y como los ratones y como los desiertos y como las memorias y como las llanuras y como los musgos y como las plantas y como los siglos y como los árboles, también respiran.
Y justamente porque respiran, están vivas.
Todo lo que siente es importante, sólo ahora lo pensé, XhXX*. (*mira su reloj y dice la hora)
En este testimonio mío para TI, o mejor dicho en este relato, puede entrar todo lo que jadea y respira y fatiga y siente, sin distinción.
Sólo doy un paso adelante, con la arrogante esperanza de que sirva de carta al futuro.
Un relato, entre tantos.
Con suerte, un relato de amor.
A veces pienso que la vida de uno no es más que eso.
El breve relato de un viaje.
2.
A: Te voy a decir algo, no me juzgues, ¿vale?
Tal vez te rías o... yo qué sé.
De acuerdo.
Estoy perdiendo mi forma humana y esto, al mismo tiempo, me da taquicardia, pero luego recuerdo que ya ha sucedido en otros momentos de la literatura y, al parecer, el mundo ha sobrevivido –y está bien, “murió, pero está bien”, me encanta este meme– al asombro de ver a un hombre despertando una mañana en forma de insecto, a un niño sin control de su metamorfosis en varios animales para complacer a otros, a una población entera transformada en una manada de rinocerontes, a una mujer que parecía pasiva por fuera pero no por dentro.
Por dentro, ella era un árbol, un incendio.
El árbol.
(Fragmento de A Árvore –El Árbol–)