maria shu

São Paulo - SP

Fragmento Teatral

ABOU: La flor del baobab tiene un buen olor a almizcle, pero las carnes de Ilê apestan como una cebra muerta. Tú no tienes la culpa del hedor, el largo viaje ha hecho que tu ropa apeste. También necesito un baño caliente. Pero se me da bien imaginar la espuma del jabón abrazando mi piel de ébano. Cuando dominas la imaginación, puedes ser libre, tranquilizas tu corazón. El tiempo pasa tranquilamente y se respira sin miedo. (Pausa. Música.) Mi casa Ilê. Me escondí en un hueco vacío en el tronco de la perra. Hay muchos mensajes grabados en sus ásperas cáscaras: dedicatorias cariñosas, nombres y fechas de quienes la poseyeron antes que yo. Garabateo ABOU con mi propia uña. Está oscuro. Sólo la imaginación tiene el poder de protegerme de la oscuridad de un cielo azul marino, salpicado de cuentas. Una fina nube, como un algodón desflecado, deambula. La luna es un perro blanco iluminado por el sol. Chupo las tetas de la Vía Láctea, antes de empezar a contar las ovejitas de polvo que saltan ante mis ojos. (Estornuda.) No les tengas miedo, Ilê. Las ovejitas son como perros muy peludos. Un, deux, trois, six, neuf, dix, cinquante-sept, un million, cuatrocientos billones de estrellas parpadean en su piel polvorienta desde el sueño profundo y todas se ríen dulcemente para mí. Girando en el espacio, la perra Laika, llena de hilos, nos ladra.

***

La mujer se detiene en la entrada del control de la frontera. Los buitres han desaparecido del cielo. Ella mira a la derecha, luego a la izquierda, indecisa en tierra de nadie. Respiro profundamente. Se siente el mal olor. No vemos cuándo termina el hedor. La mujer vuelve a tirar de la maleta; las patas de Ilê dejan un rastro de arcilla seca en el asfalto. Nos dirigimos al paso de la frontera. Este es el momento más tenso de mi vida. Creo que nunca he vivido un momento tan tenso como éste. Apoyo mi oído en las paredes de la perra y escucho el espantoso ruido de los coches, de las pistolas amartillando. La guardia civil se acerca. La mujer parece una jirafa con tortícolis. “¡Documentos! ¿Qué llevas en esta maleta? ¿A dónde vas?”. “A la casa de mi jefa.” El guardia malo se cree el todopoderoso. Está envuelto de poder. Le ordena a la mujer que ponga la maleta en una máquina para ver su interior, a la que llama escáner. Pero ella no quiere. Ilê tiembla. El valor nunca ha sido su fuerte. Susurro suavemente: ¡Respira, chica! Somos un solo pulmón. El escáner es una máquina que hace fotos, pero nadie quiere ninguna foto. Sólo queremos salir adelante, tener una nueva vida, comer pudín de malva hasta que nos duelan los dientes. ¡Déjanos en paz! Sin una foto, no se puede cruzar la frontera, amenaza. El guardia coge a Ilê en su regazo, ella se hace la muerta, dura, dura, y en un instante por la máquina para que se pueda hacer la foto desde dentro. El artilugio hace algunos ruidos y mi corazón da un salto como el de una caza acorralada. Entonces el guardia llama a otro guardia, que llama a otro guardia, y viene otro guardia, y los cuatro guardias se quedan de pie frente a mi fotografía, con cara de tontos. ¿Podría ser que la foto no fuera buena? ¿Necesitan otra foto mía? ¿No soy fotogénico? Para los policías, hay un niño de seis años dentro de la maleta. Pero se equivocan. Lo que hay dentro de la maleta no es un niño. Quien habita la perra es el miedo. Y una maleta sólo lleva lo que necesita. Uno de ellos abre el vientre del Ilê. No sé si soy un baobab o no, pero bàbá no está aquí para advertirme sobre el grueso tronco. Recorro a tientas las paredes de las pirámides de Quéops, mil pasillos. No quiero morir perdido en este laberinto. Saco la cabeza hacia fuera de la manta. Cada salida es una trampa. Me presento a la gentuza, en mi idioma: “je m'appelle Abou”.

***

Voces, flashes y destellos vienen de todas partes. Me tocan, como si acariciaran el lomo de un perro manso. Fotos con cámaras y teléfonos móviles. Cuatro hombres a mi alrededor como buitres en el firmamento. Espero que estén satisfechos con todos estos retratos; yo estoy agotado. Pero pronto llega la Cruz Roja y me ahoga en una lluvia de preguntas: “¿Estás bien? ¿Conoces a la mujer? ¿De dónde eres, chico? ¿Dónde están tus padres?”. Me meten unos bastones de helado –pero sin helado– por la garganta, me miran los dientes, me ensanchan los ojos, me manosean el vientre, me registran el pelo. Mi corazón se estremece dentro de la oreja del enfermero que me hace girar en todas las posiciones y, finalmente, recibo un caldo caliente, como los entrenadores de animales que dan comida cuando el animal hace bien un movimiento. Hicieron muchas preguntas, pero ni siquiera escucharon las mías: dónde está mi pudín de malva?

***

RADIO: Los agentes fronterizos encontraron a un niño de seis años escondido en una maleta. Los oficiales encontraron al niño después de pasar la maleta por el equipo de rayos X y ver al niño acurrucado entre las ropas. Ahora está bajo la custodia de la Fiscalía de Menores y su destino es aún incierto. Un guardia civil fotografió a Abou y las imágenes dieron la vuelta al mundo, causando sorpresa e indignación.

ABOU: ¡Qué grande es el mundo, infinitamente grande! Pero me encerraron en un trocito de él, pintado de blanco y azul, llamado “refugio”. Hay un árbol en el patio: ramas delgadas, hojas secas, raíces asfixiadas en el suelo de hormigón. La directora dice: “Bienvenido, Abou, bienvenido. Has pasado por muchas cosas. Pero todo estará bien. Aquí tienes otros niños, cama, comida...”. Un grupo de chicos blancos me miran, yo me pongo la barbilla en el pecho, Ilê con la cola baja, la radio desafinada. Esa noche me pongo a llorar, pero la imaginación es muy útil cuando uno está perdido. Pienso en el pudín de malva humedeciéndose en mi boca: es algo que vale la pena pensar. Quién sabe, puede venir con una cucharada de mermelada de albaricoque o una generosa bola de helado de vainilla. Los momentos felices junto a bàbá, iyá e Ilê están por venir. Un patio lleno de pájaros de colores volando, nubes doradas danzando en el horizonte, la radio tocando una canción de fiesta, pero todo esto desaparece en cuanto un niño grande me empuja de la cama por la mañana y grita con fuerza: ¡MACACO! Caigo de rodillas y todos se ríen. Me gritan MACACO. Le digo a la directora que los chicos no me quieren, que no entiendo muchas de las cosas raras que gritan, así que me dice: “No hagas un escándalo y aprende a… llame al proveedor ahora mismo”. Se aleja con su zapato tec tec tec tec, hablando por el móvil y dejándome solo en el patio, en la tierra tan sin cielo que hasta para mirar las nubes hay que cerrar los ojos: “¿De qué sirve tener voz si sólo cuando no hablo me entienden? ¿De qué sirve despertar si lo que vivo es menos de lo que soñé?”. Más tarde, el mismo tipo grande se detiene en la puerta del dormitorio y no me deja entrar. Los hombres malos no dejan pasar a la gente. Empujón, desayuno. Patadas, clase de artesanía. Otro golpe, almuerzo. Insulto, cena. El cuerpo en llamas por los golpes recibidos. Cuando muera, se lo contaré todo a Dios. 

RADIO: UNICEF crea centros de acogida para niños refugiados. El objetivo es apoyar a las familias en situación de vulnerabilidad que se desplazan tratando de llegar a Europa. Prestarán especial atención a los niños no acompañados o que hayan sido separados de sus familias durante el viaje.

ABOU: ¿No puedes hablar de otra cosa? ¡Maldita radio vieja, pon una canción alegre! 

(Fragmento de Quando eu morrer, vou contar tudo a Deus –Cuando me muera, se lo contaré todo a Dios–)



Maria Shu es dramaturga y guionista.

escucha la entrevista:

Apresentação Critica

Maria Shu es dramaturga, guionista y profesora, con una importante producción reconocida en Brasil y en el extranjero, siendo sus textos leídos y representados en países como Portugal, Cabo Verde, Suecia y Francia. Estudió Dramaturgia en la SP Escola de Teatro y Guion en la Academia Internacional de Cinema, además de ser licenciada en Filología y Literatura, con postgrado en Lengua Portuguesa. 

Es autora de obras como Ar rarefeito –Aire enrarecido–, ganadora del concurso Dramaturgia Femenina: Premio Heleny Guariba (2014) de la Cooperativa Paulista de Teatro; Cabaret Stravaganza (2011-2013); Relógios de Areia –Relojes de arena–; Epifanía (2017); Gis (2013-2016) y Quando eu morrer, vou contar tudo a Deus –Cuando me muera, se lo contaré todo a Dios– (2019), esta última dirigida al público infantil. 

Una de sus primeras obras, Cabaret Stravaganza (2011-2013), explora el concepto de humanidad expandida, poniendo en cuestión la relación entre el ser humano y la tecnología. En Gis (2013-2016), la autora aborda la relación entre una profesora (Gis/Gislaine) de una escuela complementaria nocturna y su alumno Adão, un albañil, revelando cómo su relación culminó en un acto de violencia. Para Gis [nota de traducción: en portugués, “giz”, con zeta, también significa tiza, de modo a crear un juego entre el apodo de la profesora y una de sus herramientas de trabajo], la enseñanza fue pintada por su madre como algo blanco, marcado por el polvo de la tiza, pero que, en la práctica, resulta ser gris, mientras que para Adão, la vida ya era gris, marcada por el polvo de las obras. Maria Shu aborda cuestiones sobre el deseo y el hambre, en una paradoja entre la supervivencia y el deseo de vivir.

En Epifanía (2017), la autora juega con un diálogo entre Macabea (personaje del libro La hora de la estrella) y su autora, Clarice Lispector, revelando diversas cuestiones del universo femenino. Por otro lado, Quando eu morrer, vou contar tudo a Deus –Cuando me muera, se lo contaré todo a Dios– (2018) es una obra dirigida a los niños y basada en hechos reales. La obra cuenta la historia de Abou, un niño africano que emigró a Europa en una maleta y fue encontrado por la policía en los rayos X de la inmigración. La maleta, Ilê, es la compañera de Abou, su amiga, la mascota que nunca tuvo. Con Ilê inventa historias y encuentra formas de superar el miedo y enfrentarse a las duras realidades que se le presentan. Con una narrativa atractiva, Maria Shu cuenta esta historia sobre la inmigración, la injusticia social y la esperanza, planteando cuestiones que rodean la vida de miles de niños inmigrantes dispersos por todo el mundo. La obra fue estrenada en 2019 por el colectivo O Bonde, formado por artistas procedentes de la Escuela Libre de Teatro de Santo André. 

“Érase una vez un niño con piernas y brazos hechos de ramas finas, que alguien talló, pero no imaginó que se quedaría con hambre. Érase una vez un niño llamado Tumbu, que permaneció durante días dentro de un navío apestoso para ser esclavizado en otro país. Érase una vez yo, Abou, un chico refugiado a un paso de una nueva vida. Las historias son siempre sagradas y la parte más emocionante de mi historia está a punto de suceder en cualquier momento. La maleta está cerrada. Oscuridad”. (Quando eu morrer, vou contar tudo a Deus –Cuando me muera, se lo contaré todo a Dios–)

En Relógios de Areia –Relojes de arena– (2019), la autora retoma la fábula bíblica de Jonás y la ballena para hablar de una guerra urbana: la guerra del tráfico, la inseguridad y la injusticia social. Trata de la fuerza y la amenaza policial, introduciendo en Jonás la figura de la “mula” del narcotráfico. Escribe inspirada por un reportaje que vio en la televisión: “El reportaje les mostraba tragando cápsulas, a veces en cantidades absurdas. Verlo me provocaba muchas ganas de vomitar y me ponía realmente muy molesta, así que sentí que tenía que escribir sobre ello. Mi primera idea era crear una obra de teatro a la manera tradicional, pero me di cuenta de que este lenguaje no podría cumplir mis anhelos”, dice Maria Shu. La dramaturga utiliza la poesía, las citas, las metáforas bíblicas, la denuncia social y las estructuras concretistas, teniendo un carácter de crónica casi documental, mezclado con diálogos y elementos rapsódicos. Mezcla lo épico, lo lírico y lo dramático, caracterizado por la forma abierta que se aproxima a la óptica de un texto pictórico, ya que hace uso de la arquitectura lingüística y del diagrama como elementos de composición.

En esta pieza, hay una voz que se despliega en varias: la voz de la autora, que se dibuja, pues, como un principio central, reuniendo negritas, cursivas, mayúsculas, confesiones, exposiciones, personajes, figuraciones y transfiguraciones. También hace relieve en los elementos antropofágicos presentes en el texto, en el acto de tragar: “Sólo tengo miedo de morir en la playa después de tragarme el mar”, dice Jonás, el profeta, que en la obra de Shu juega con el destino al tragar sal y no cocaína, planteando imágenes de navegación, inmigración, matanza, conservación, transfigurando la idea de una mula del narcotráfico, detenida por la policía. También trata temas sociales, como la maternidad subrogada (o vientre de alquiler), los accidentes laborales y la necesidad de supervivencia.

“¿Qué se hace con un brazo izquierdo que se desprende en medio de un turno? Bueno, lo sustituyes por un brazo derecho porque el hambre del navío continúa. Además, ¿de qué sirve un brazo izquierdo?” (Jonas, en Relógios de Areia –Relojes de arena–).

Siguiendo en la línea de un teatro comprometido con los temas sociales, Shu construye en su monólogo Leoa na Baia –Leona en la bahía– (2019-2020) una situación en la que una mujer negra sufre violencia en su entorno laboral que intenta blanquearla. Estos abusos incluyen tratamientos para aclarar su piel, maquillaje para adelgazar la nariz y la boca, alisamiento del pelo y conversión religiosa. Al final, un grito de libertad de esta mujer, que clama por su autonomía y liberación del entorno racista en el que está inserta. Como mujer negra, la dramaturga reflexiona sobre las situaciones de racismo y machismo que sufren las mujeres negras, buscando un empoderamiento colectivo que surja de las transformaciones individuales.

Como guionista, firma dos episodios de la serie Onisciente –Omnisciente–, disponible en la plataforma Netflix, además de formar parte de la sala de guiones de la serie Irmandade –Hermandad–, de Pedro Morelli. También es autora del cortometraje Sobre Alices, dirigido por Tide Gugliano, seleccionado para el Festival “Curta em casa”, del Instituto Criar de Cinema e Novas Mídias de SpCine (2020).

(Camila Bauer)



Maria Shu es dramaturga y guionista.

Maria Shu es dramaturga, guionista y profesora, con una importante producción reconocida en Brasil y en el extranjero, siendo sus textos leídos y representados en países como Portugal, Cabo Verde, Suecia y Francia. Estudió Dramaturgia en la SP Escola de Teatro y Guion en la Academia Internacional de Cinema, además de ser licenciada en Filología y Literatura, con postgrado en Lengua Portuguesa. 

Es autora de obras como Ar rarefeito –Aire enrarecido–, ganadora del concurso Dramaturgia Femenina: Premio Heleny Guariba (2014) de la Cooperativa Paulista de Teatro; Cabaret Stravaganza (2011-2013); Relógios de Areia –Relojes de arena–; Epifanía (2017); Gis (2013-2016) y Quando eu morrer, vou contar tudo a Deus –Cuando me muera, se lo contaré todo a Dios– (2019), esta última dirigida al público infantil. 

Una de sus primeras obras, Cabaret Stravaganza (2011-2013), explora el concepto de humanidad expandida, poniendo en cuestión la relación entre el ser humano y la tecnología. En Gis (2013-2016), la autora aborda la relación entre una profesora (Gis/Gislaine) de una escuela complementaria nocturna y su alumno Adão, un albañil, revelando cómo su relación culminó en un acto de violencia. Para Gis [nota de traducción: en portugués, “giz”, con zeta, también significa tiza, de modo a crear un juego entre el apodo de la profesora y una de sus herramientas de trabajo], la enseñanza fue pintada por su madre como algo blanco, marcado por el polvo de la tiza, pero que, en la práctica, resulta ser gris, mientras que para Adão, la vida ya era gris, marcada por el polvo de las obras. Maria Shu aborda cuestiones sobre el deseo y el hambre, en una paradoja entre la supervivencia y el deseo de vivir.

En Epifanía (2017), la autora juega con un diálogo entre Macabea (personaje del libro La hora de la estrella) y su autora, Clarice Lispector, revelando diversas cuestiones del universo femenino. Por otro lado, Quando eu morrer, vou contar tudo a Deus –Cuando me muera, se lo contaré todo a Dios– (2018) es una obra dirigida a los niños y basada en hechos reales. La obra cuenta la historia de Abou, un niño africano que emigró a Europa en una maleta y fue encontrado por la policía en los rayos X de la inmigración. La maleta, Ilê, es la compañera de Abou, su amiga, la mascota que nunca tuvo. Con Ilê inventa historias y encuentra formas de superar el miedo y enfrentarse a las duras realidades que se le presentan. Con una narrativa atractiva, Maria Shu cuenta esta historia sobre la inmigración, la injusticia social y la esperanza, planteando cuestiones que rodean la vida de miles de niños inmigrantes dispersos por todo el mundo. La obra fue estrenada en 2019 por el colectivo O Bonde, formado por artistas procedentes de la Escuela Libre de Teatro de Santo André. 

“Érase una vez un niño con piernas y brazos hechos de ramas finas, que alguien talló, pero no imaginó que se quedaría con hambre. Érase una vez un niño llamado Tumbu, que permaneció durante días dentro de un navío apestoso para ser esclavizado en otro país. Érase una vez yo, Abou, un chico refugiado a un paso de una nueva vida. Las historias son siempre sagradas y la parte más emocionante de mi historia está a punto de suceder en cualquier momento. La maleta está cerrada. Oscuridad”. (Quando eu morrer, vou contar tudo a Deus –Cuando me muera, se lo contaré todo a Dios–)

En Relógios de Areia –Relojes de arena– (2019), la autora retoma la fábula bíblica de Jonás y la ballena para hablar de una guerra urbana: la guerra del tráfico, la inseguridad y la injusticia social. Trata de la fuerza y la amenaza policial, introduciendo en Jonás la figura de la “mula” del narcotráfico. Escribe inspirada por un reportaje que vio en la televisión: “El reportaje les mostraba tragando cápsulas, a veces en cantidades absurdas. Verlo me provocaba muchas ganas de vomitar y me ponía realmente muy molesta, así que sentí que tenía que escribir sobre ello. Mi primera idea era crear una obra de teatro a la manera tradicional, pero me di cuenta de que este lenguaje no podría cumplir mis anhelos”, dice Maria Shu. La dramaturga utiliza la poesía, las citas, las metáforas bíblicas, la denuncia social y las estructuras concretistas, teniendo un carácter de crónica casi documental, mezclado con diálogos y elementos rapsódicos. Mezcla lo épico, lo lírico y lo dramático, caracterizado por la forma abierta que se aproxima a la óptica de un texto pictórico, ya que hace uso de la arquitectura lingüística y del diagrama como elementos de composición.

En esta pieza, hay una voz que se despliega en varias: la voz de la autora, que se dibuja, pues, como un principio central, reuniendo negritas, cursivas, mayúsculas, confesiones, exposiciones, personajes, figuraciones y transfiguraciones. También hace relieve en los elementos antropofágicos presentes en el texto, en el acto de tragar: “Sólo tengo miedo de morir en la playa después de tragarme el mar”, dice Jonás, el profeta, que en la obra de Shu juega con el destino al tragar sal y no cocaína, planteando imágenes de navegación, inmigración, matanza, conservación, transfigurando la idea de una mula del narcotráfico, detenida por la policía. También trata temas sociales, como la maternidad subrogada (o vientre de alquiler), los accidentes laborales y la necesidad de supervivencia.

“¿Qué se hace con un brazo izquierdo que se desprende en medio de un turno? Bueno, lo sustituyes por un brazo derecho porque el hambre del navío continúa. Además, ¿de qué sirve un brazo izquierdo?” (Jonas, en Relógios de Areia –Relojes de arena–).

Siguiendo en la línea de un teatro comprometido con los temas sociales, Shu construye en su monólogo Leoa na Baia –Leona en la bahía– (2019-2020) una situación en la que una mujer negra sufre violencia en su entorno laboral que intenta blanquearla. Estos abusos incluyen tratamientos para aclarar su piel, maquillaje para adelgazar la nariz y la boca, alisamiento del pelo y conversión religiosa. Al final, un grito de libertad de esta mujer, que clama por su autonomía y liberación del entorno racista en el que está inserta. Como mujer negra, la dramaturga reflexiona sobre las situaciones de racismo y machismo que sufren las mujeres negras, buscando un empoderamiento colectivo que surja de las transformaciones individuales.

Como guionista, firma dos episodios de la serie Onisciente –Omnisciente–, disponible en la plataforma Netflix, además de formar parte de la sala de guiones de la serie Irmandade –Hermandad–, de Pedro Morelli. También es autora del cortometraje Sobre Alices, dirigido por Tide Gugliano, seleccionado para el Festival “Curta em casa”, del Instituto Criar de Cinema e Novas Mídias de SpCine (2020).

(Camila Bauer)



ABOU: La flor del baobab tiene un buen olor a almizcle, pero las carnes de Ilê apestan como una cebra muerta. Tú no tienes la culpa del hedor, el largo viaje ha hecho que tu ropa apeste. También necesito un baño caliente. Pero se me da bien imaginar la espuma del jabón abrazando mi piel de ébano. Cuando dominas la imaginación, puedes ser libre, tranquilizas tu corazón. El tiempo pasa tranquilamente y se respira sin miedo. (Pausa. Música.) Mi casa Ilê. Me escondí en un hueco vacío en el tronco de la perra. Hay muchos mensajes grabados en sus ásperas cáscaras: dedicatorias cariñosas, nombres y fechas de quienes la poseyeron antes que yo. Garabateo ABOU con mi propia uña. Está oscuro. Sólo la imaginación tiene el poder de protegerme de la oscuridad de un cielo azul marino, salpicado de cuentas. Una fina nube, como un algodón desflecado, deambula. La luna es un perro blanco iluminado por el sol. Chupo las tetas de la Vía Láctea, antes de empezar a contar las ovejitas de polvo que saltan ante mis ojos. (Estornuda.) No les tengas miedo, Ilê. Las ovejitas son como perros muy peludos. Un, deux, trois, six, neuf, dix, cinquante-sept, un million, cuatrocientos billones de estrellas parpadean en su piel polvorienta desde el sueño profundo y todas se ríen dulcemente para mí. Girando en el espacio, la perra Laika, llena de hilos, nos ladra.

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La mujer se detiene en la entrada del control de la frontera. Los buitres han desaparecido del cielo. Ella mira a la derecha, luego a la izquierda, indecisa en tierra de nadie. Respiro profundamente. Se siente el mal olor. No vemos cuándo termina el hedor. La mujer vuelve a tirar de la maleta; las patas de Ilê dejan un rastro de arcilla seca en el asfalto. Nos dirigimos al paso de la frontera. Este es el momento más tenso de mi vida. Creo que nunca he vivido un momento tan tenso como éste. Apoyo mi oído en las paredes de la perra y escucho el espantoso ruido de los coches, de las pistolas amartillando. La guardia civil se acerca. La mujer parece una jirafa con tortícolis. “¡Documentos! ¿Qué llevas en esta maleta? ¿A dónde vas?”. “A la casa de mi jefa.” El guardia malo se cree el todopoderoso. Está envuelto de poder. Le ordena a la mujer que ponga la maleta en una máquina para ver su interior, a la que llama escáner. Pero ella no quiere. Ilê tiembla. El valor nunca ha sido su fuerte. Susurro suavemente: ¡Respira, chica! Somos un solo pulmón. El escáner es una máquina que hace fotos, pero nadie quiere ninguna foto. Sólo queremos salir adelante, tener una nueva vida, comer pudín de malva hasta que nos duelan los dientes. ¡Déjanos en paz! Sin una foto, no se puede cruzar la frontera, amenaza. El guardia coge a Ilê en su regazo, ella se hace la muerta, dura, dura, y en un instante por la máquina para que se pueda hacer la foto desde dentro. El artilugio hace algunos ruidos y mi corazón da un salto como el de una caza acorralada. Entonces el guardia llama a otro guardia, que llama a otro guardia, y viene otro guardia, y los cuatro guardias se quedan de pie frente a mi fotografía, con cara de tontos. ¿Podría ser que la foto no fuera buena? ¿Necesitan otra foto mía? ¿No soy fotogénico? Para los policías, hay un niño de seis años dentro de la maleta. Pero se equivocan. Lo que hay dentro de la maleta no es un niño. Quien habita la perra es el miedo. Y una maleta sólo lleva lo que necesita. Uno de ellos abre el vientre del Ilê. No sé si soy un baobab o no, pero bàbá no está aquí para advertirme sobre el grueso tronco. Recorro a tientas las paredes de las pirámides de Quéops, mil pasillos. No quiero morir perdido en este laberinto. Saco la cabeza hacia fuera de la manta. Cada salida es una trampa. Me presento a la gentuza, en mi idioma: “je m'appelle Abou”.

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Voces, flashes y destellos vienen de todas partes. Me tocan, como si acariciaran el lomo de un perro manso. Fotos con cámaras y teléfonos móviles. Cuatro hombres a mi alrededor como buitres en el firmamento. Espero que estén satisfechos con todos estos retratos; yo estoy agotado. Pero pronto llega la Cruz Roja y me ahoga en una lluvia de preguntas: “¿Estás bien? ¿Conoces a la mujer? ¿De dónde eres, chico? ¿Dónde están tus padres?”. Me meten unos bastones de helado –pero sin helado– por la garganta, me miran los dientes, me ensanchan los ojos, me manosean el vientre, me registran el pelo. Mi corazón se estremece dentro de la oreja del enfermero que me hace girar en todas las posiciones y, finalmente, recibo un caldo caliente, como los entrenadores de animales que dan comida cuando el animal hace bien un movimiento. Hicieron muchas preguntas, pero ni siquiera escucharon las mías: dónde está mi pudín de malva?

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RADIO: Los agentes fronterizos encontraron a un niño de seis años escondido en una maleta. Los oficiales encontraron al niño después de pasar la maleta por el equipo de rayos X y ver al niño acurrucado entre las ropas. Ahora está bajo la custodia de la Fiscalía de Menores y su destino es aún incierto. Un guardia civil fotografió a Abou y las imágenes dieron la vuelta al mundo, causando sorpresa e indignación.

ABOU: ¡Qué grande es el mundo, infinitamente grande! Pero me encerraron en un trocito de él, pintado de blanco y azul, llamado “refugio”. Hay un árbol en el patio: ramas delgadas, hojas secas, raíces asfixiadas en el suelo de hormigón. La directora dice: “Bienvenido, Abou, bienvenido. Has pasado por muchas cosas. Pero todo estará bien. Aquí tienes otros niños, cama, comida...”. Un grupo de chicos blancos me miran, yo me pongo la barbilla en el pecho, Ilê con la cola baja, la radio desafinada. Esa noche me pongo a llorar, pero la imaginación es muy útil cuando uno está perdido. Pienso en el pudín de malva humedeciéndose en mi boca: es algo que vale la pena pensar. Quién sabe, puede venir con una cucharada de mermelada de albaricoque o una generosa bola de helado de vainilla. Los momentos felices junto a bàbá, iyá e Ilê están por venir. Un patio lleno de pájaros de colores volando, nubes doradas danzando en el horizonte, la radio tocando una canción de fiesta, pero todo esto desaparece en cuanto un niño grande me empuja de la cama por la mañana y grita con fuerza: ¡MACACO! Caigo de rodillas y todos se ríen. Me gritan MACACO. Le digo a la directora que los chicos no me quieren, que no entiendo muchas de las cosas raras que gritan, así que me dice: “No hagas un escándalo y aprende a… llame al proveedor ahora mismo”. Se aleja con su zapato tec tec tec tec, hablando por el móvil y dejándome solo en el patio, en la tierra tan sin cielo que hasta para mirar las nubes hay que cerrar los ojos: “¿De qué sirve tener voz si sólo cuando no hablo me entienden? ¿De qué sirve despertar si lo que vivo es menos de lo que soñé?”. Más tarde, el mismo tipo grande se detiene en la puerta del dormitorio y no me deja entrar. Los hombres malos no dejan pasar a la gente. Empujón, desayuno. Patadas, clase de artesanía. Otro golpe, almuerzo. Insulto, cena. El cuerpo en llamas por los golpes recibidos. Cuando muera, se lo contaré todo a Dios. 

RADIO: UNICEF crea centros de acogida para niños refugiados. El objetivo es apoyar a las familias en situación de vulnerabilidad que se desplazan tratando de llegar a Europa. Prestarán especial atención a los niños no acompañados o que hayan sido separados de sus familias durante el viaje.

ABOU: ¿No puedes hablar de otra cosa? ¡Maldita radio vieja, pon una canción alegre! 

(Fragmento de Quando eu morrer, vou contar tudo a Deus –Cuando me muera, se lo contaré todo a Dios–)