Capítulo IX –La improbable compañía–
Téo: Pues yo sí, desde que me fui de casa. Es extraño, no hay nada detrás. A menos que... (Mira hacia arriba.) ¡Mira! ¡Allí! ¡Un caracara!
Todos corren. Tião se sube a un árbol cercano y se esconde entre el follaje.
Marieta se mete en un agujero en el suelo.
Téo corre sin rumbo, tropieza y se cae, dejando caer todas sus cosas al suelo.
El caracara se posa a toda prisa en una rama cerca de donde cayó Téo. Ve las plumas de Xexéu en el suelo y da unos chillidos que se parecen a una risa.
Teo: ¡Vete, que todavía sigo vivo, todavía sigo vivo!
Arun: ¿Por qué huyes? Espera, ya lo sé. Un ave de rapiña siguiéndote, un mal presagio, ¿no? ¡Un cliché! ¿Hasta cuándo vas a creer que lo bueno es bello y lo malo es feo? (Risas.) Creo que te estoy confundiendo. Empecemos por el principio, ¡soy Arun! ¿Y tú eres? ¡Espera! Déjame adivinar... Por las plumas que llevas y tu lamentable cara de perro, ¡eres el chico que se cree un dios!
Theo: ¡No creo que sea un dios! Cometí un error, ¡eso es todo!
Tião: (Desde una rama lejana.) Oye, muchacho Teo, no te has equivocado. Has dado en la diana, por eso ha muerto.
Marieta: (Sacando la cabeza del agujero.) ¡Dios mío, Tião, qué cosa! ¡No ves que el chico no está bien con esta historia y lo empeoras!
Tião: ¿Qué pasa? Sólo he dicho que no se ha equivocado, si no, Xexéu...
Marieta: Sé lo que has dicho. ¡Cállate!
(Arun vuela cerca de los dos, que se esconden.)
Teo: Déjalos en paz. ¡Para devorarlos, tendrás que devorarme a mí primero!
Tião: Muy buena idea. ¡Su carne es más joven!
Marieta: ¡Tião!
Arun: No voy a devorar a nadie, justo acabo de desayunar.
Teo: ¿Y qué quieres entonces?
Tião: (Salta del árbol y, sacando pecho, se dirige hacia caracara.) Sí, ¿qué quieres, por qué nos está persiguiendo?
(Arun lanza una mirada a Tião que le hace esconderse una vez más.)
Arun: Vi cuando mataste a Japim. ¡Cuando te fuiste, fui allí y me lo comí!
(Teo se levanta de un salto, sosteniendo una piedra en la mano, pero en el último momento renuncia a lanzarla.)
Arun: Pensé que ahora correría la misma suerte que él.
Teo: ¿Cómo has podido hacerle algo tan horrible?
Arun: Sólo me alimenté del cuerpo, después de que expulsaras el alma. Fuiste tú quien rompió el ciclo. No había ningún propósito en esa piedra, pero en mi hambre sí.
Teo: ¿Qué quieres de mí?
Arun: ¡Quiero la historia! Cada cuerpo tiene una historia, quiero conocerla, quiero vivirla, quiero contarla. También me alimento de historias. La de Japim no terminó con su muerte, continúa y ahora también me pertenece a mí, ¡por eso voy contigo!
Teo: Tú no... Vale, pues bien, no pasa nada. No puedo hacer nada, vamos.
(Comienzan a caminar de nuevo. Marieta y Tião se adelantan.)
Marieta: ¡Qué absurdo, Teo, dejar que este buitre venga con nosotros!
Tião: No es un buitre, sólo es su primo.
Marieta: Lo sé, es modo de decirlo.
Tião: ¿No era un caracara?
Marieta: ¡Qué tonto eres, madre mía!
Tião: No, Marieta, soy un tití. ¿Qué te pasa? ¡Ya no reconoces nada!
Marieta: Olvídalo, Tião. Sigo pensando que la razón por la que el caracara viene con nosotros es muy oscura. Sospechoso, diría yo, sospechoso.
Tião: ¿Pero qué puedes hacer? Como él mismo dijo, esta es también su historia. Y no estoy loco por decir lo contrario.
Marieta: ¡Eres un cagueta!
(Fragmento de Recital para revoar –Recital para revolar–)